Las religiones están
muriendo. Este es uno de los hechos más notables de nuestro tiempo, más
precisamente, del siglo XX. El poder de las religiones no es más religioso,
sino simplemente económico, político y social. Las iglesias están vacías, los
seminarios son cerrados, la vocación sacerdotal desaparece, el clero de todas
ellas recurre en el mundo entero a los más variados recursos para conservar sus
rebaños, haciéndoles concesiones peligrosas. Pero todos esos recursos se
muestran incapaces para restablecer el prestigio y el poder religiosos,
sirviendo solo de remiendos de paño nuevo en ropa vieja, según la expresión
evangélica.
Comienzan entonces a aparecer los sucedáneos, millares de sectas forjadas por videntes y profetas de la ultima hora, en su mayoría legos que se presentan como misioneros, taumaturgos populares, místicos improvisados y de ojos vueltos más hacia los bienes terrenos que hacia los tesoros del reino de los cielos.
Comienzan entonces a aparecer los sucedáneos, millares de sectas forjadas por videntes y profetas de la ultima hora, en su mayoría legos que se presentan como misioneros, taumaturgos populares, místicos improvisados y de ojos vueltos más hacia los bienes terrenos que hacia los tesoros del reino de los cielos.
Esos bastardos del
espíritu, que pululan por todas partes, caracterizan al fenómeno socio-cultural
de la muerte de las religiones. El hecho es bien conocido por quienes estudian
la sociología de la cultura. Cuando un sistema institucional se vacía en el
tiempo, tragado por la vorágine de las mudanzas culturales, los aprovechadores
invaden los dominios abandonados y socorren a su modo a los huérfanos
desesperados. Las grandes revoluciones políticas y sociales se muestran como
tiranuelos del populacho, asumiendo las funciones de los nobles que cayeron y
sustituyendo a la autoridad tradicional por el mandonismo de los clanes
resucitados. Podemos aplicar a este caso una parodia de explicación metafísica
del horror a lo vacuo, diciendo que las sociedades tienen horror al caos y
salvan la falta de autoridad legítima -o por lo menos legitimada- a través del
autoritarismo de los sátrapas.
Ese evidente síntoma de
agonía de las instituciones tradicionales esta presente en toda el área
religiosa de nuestro tiempo. Es el carisma de las fases de mudanza. Por tanto,
no hay duda de que las religiones agonizan, y el responsable de ese hecho
alarmante, como siempre, es la propia victima que, por imprevisión, por abuso
del poder y por apego a las comodidades institucionales se deja llevar por la
ilusión de su indestructibilidad. Las propias religiones cavaron su ruina
durante el desarrollo del proceso histórico. Respaldadas en su superioridad,
confiadas en el privilegio de su origen y de sus naturalezas sobrenaturales, se
rehusaron a integrarse en la cultura natural, excluyéndose ellas mismas. La evolución
cultural agrando progresivamente el foso entre la cultura y la religión,
tomando irreversible la situación de las instituciones religiosas. Así,
dialécticamente, el concepto arbitrario de lo sobrenatural, que era el
fundamento de su seguridad, se convirtió en el motivo de su decadencia.
En Occidente, las primeras
señales de la crisis religiosa contemporánea aparecieron en plena Edad Media,
con el episodio trágico-romántico de Abelardo, preanunciando la Edad de la
Razón. Esa nueva etapa, que se inicio con el Renacimiento, traerá la revolución
cartesiana, Rousseau, Chaumette y el culto de la Razón por la Revolución y,
posteriormente, a Augusto Comte y la Religión de la Humanidad. En el año de la
muerte de Auguste Comte -1857-, Hippolyte Leon Denizard Rivail iniciaba en
Francia el movimiento de la Fe Racional. De tal manera Francia, que
centralizaba el proceso cultural en el mundo moderno, presenta una secuencia de
tentativas para la integración de la Religión en el desarrollo del sistema
cultural, todas ellas rechazadas por la soberanía eclesiástica, apoyada en el
concepto de lo sobrenatural. Paralelamente a los movimientos renacentistas de
Francia, se desencadenó en la Alemania del siglo XVI el movimiento de la
Reforma, iniciado por Lutero.
En Oriente, la reacción
frente a las religiones tradicionales fue más lenta y tardía, menos precisa y
definida, con menores consecuencias, que solo se fueron acentuando en el siglo
XIX. No por eso deja de producir efectos que se intensificaron en el transcurso
de ese siglo hasta el presente, bajo las influencias occidentales. En Rusia,
bajo la inspiración francesa de Rousseau, Tolstoi promovió la revolución
religiosa del siglo XIX en la línea luterana de la vuelta al Cristianismo
primitivo, realizando una nueva traducción
de los Evangelios con
sentido místico-racional. Todos esos movimientos revelan una insatisfacción
cultural en lo relacionado con la soberanía de las religiones, fundada esta
sobre el concepto de lo sobrenatural, que las mantenía desligadas del proceso
cultural. Todavía en el siglo XIX la obra de Renan, en Francia, conservaba la
tendencia del espíritu francés, con respecto a la historia del Cristianismo, en
el sentido de establecer la verdad sobre los principios de la religión
dominante, apartándola del campo dudoso de lo sobrenatural.
Fragmento tomado del
libro La Agonía de las Religiones// J. Herculano Pires
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